Colaboración de: Liliana Alonso Silva
Besarla muchas veces y en secreto
en el último día,
antes de la terrible separación;
a la orilla
del adiós tan romántico
y sabiendo
(aunque nadie se atreva a confesarlo)
que nunca volverán las golondrinas.
José Emilio Pacheco
Notre Dame es la catedral de París, de estilo gótico, la cual sufrió daños considerables en su estructura el pasado 15 de abril del presente año. Sin saber aún la causa del origen del fuego, este ardió ante la mirada triste y el sentimiento de impotencia de miles de parisinos y de millones de personas en el mundo que contemplaban la catástrofe a través de un streaming pues ¿qué otra cosa podía hacerse? Se entonaron cantos, se elevaron plegarias y oraciones, por un momento la situación social crítica de Francia se detuvo a contemplar y esperar un milagro. La Catedral ha sido protagonista de muchísimas historias y vivencias, Nuestra Señora de París de Víctor Hugo es, junto con su producción cinematográfica por Disney El Jorobado de Notre Dame, una de las más emblemáticas y que ha tenido impacto sociocultural a niveles internacionales.

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Este inmueble, construido en el S. XIII, ha soportado las inclemencias del tiempo y varias guerras, pero no pudo hacerles frente a las llamas descontroladas de este abril. Varios expertos en el estudio del arte aseveran que más de 800 años historia desaparecieron esa fatídica noche. Las pérdidas son, sin duda, irreparables: La aguja, que si bien no es de origen medieval, estaba formada por quinientas toneladas de madera y doscientas cincuenta toneladas de plomo. Las cubiertas también conocidas como El bosque pues contenía una gran cantidad de árboles que fueron talados para su construcción, se encontraban encima de las bóvedas de piedra y databan del año 1200. Las bóvedas, aunque no todas, cayeron ante la inclemencia del fuego. Sin embargo, no todo ha sido culpa del incendio sino también del agua que se empleó para extinguirlo.
El órgano principal no fue consumido por las llamas, pero sí fue alcanzado por el agua y aún no se sabe si volverá a escucharse su armonía dentro del templo. Finalmente, el humo atacó a pinturas antiguas realizadas entre los siglos XII y XVIII. El daño es muy grave, aunque dentro de él ocurrió el milagro. Los Rosetones se han salvado, aquellos vitrales con forma circular que contienen pasajes relacionadas con la fe cristiana y que se encuentran en la fachada de la Catedral se miran intactos, como intactos permanecen los recuerdos que circulan, en anécdotas orales, las calles parisinas.

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Creyentes y no creyentes comentan cómo fue estar dentro de Notre Dame, lo imponente de la construcción, las bodas, los bautizos, las promesas, los agradecimientos y las historias en torno a su edificación. La pérdida nos dirige directamente al recuerdo, a la memoria, al interés por no dejar en el olvido o en la inexistencia lo que alguna vez, quizá, no fue valorado. Así, revivieron los secretos del templo, el del herrero Biscornet también conocido como la Maldición de Notre Dame, el diablo le ofreció ayuda para terminar la puerta de Santa Ana a cambio de su alma, el joven aceptó, la obra estuvo lista y él falleció a los pocos días. Sin embargo, la historia no culmina ahí, sino que para el día de su inauguración, nadie sabía cómo abrirla. Un sacerdote oró y arrojó sobre ella agua bendita hasta que las puertas se abrieron. También se habla de la ausencia de las gárgolas, quienes eran las encargadas de velar por la Catedral y al ser removidas para su restauración dejaron desprotegida a Notre Dame.
Las obras de reconstrucción han iniciado y los planes para que una tragedia tan grande no vuelva a suceder también están siendo modificados. No obstante, deberíamos reconsiderar cuántas obras de arte que pertenecen a nuestra cotidianidad pasamos por alto porque consideramos que siempre van a estar ahí. O que su antigüedad las vuelve permanentes. Las reparaciones podrán ofrecernos algo similar a lo que fue, pero no podrán reemplazar aquello que se ha ido. El consciente colectivo ha aceptado la tragedia, la ha sufrido, llorado y es tiempo de valorar, de volver y de admirar lo que está presente en nuestro contexto sin dar por hecho la existencia de ninguno de los detalles que lo componen.

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